Hablar de deseo sexual es como abrir un cajón lleno de creencias, silencios, educación (o su ausencia) y muchos mitos. Y uno de los más extendidos es la pregunta: ¿por qué los hombres tienen más deseo sexual que las mujeres?
Aunque suena como una verdad universal, la respuesta es mucho más compleja y profunda.
Es cierto que hombres y mujeres tienen diferencias hormonales: la testosterona, por ejemplo, juega un papel importante en el deseo sexual, y los niveles suelen ser más altos en los varones. Pero esta no es una explicación suficiente ni definitiva.
La ciencia ha demostrado que el deseo no depende solo de las hormonas, sino que está profundamente influenciado por el entorno emocional, los vínculos, las creencias, el estrés, la salud mental… y la historia de vida de cada persona.
Desde la infancia, a los hombres se les alienta a reconocer y mostrar su deseo, mientras que a las mujeres se les enseña a contenerlo, a “no parecer fáciles”, a priorizar el deseo ajeno antes que el propio. Esa diferencia cultural moldea la forma en que se experimenta y expresa el deseo. No es solo biología: es aprendizaje, repetición y mandato social.
La pregunta “por qué los hombres tienen más deseo sexual que las mujeres” parte de un modelo masculino del deseo: rápido, directo, centrado en la genitalidad. Pero el deseo femenino tiene su propio ritmo y lenguaje.
No es que ellas no lo sientan; es que muchas veces están desconectadas de él por factores que no se ven:
Además, las hormonas sexuales femeninas (como los estrógenos y la progesterona) fluctúan a lo largo del ciclo, lo cual puede influir en cómo, cuándo y cuánto deseo aparece. Pero estas variaciones no significan que el deseo sea menor o menos importante.
Dejar de repetir la pregunta “por qué los hombres tienen más deseo sexual que las mujeres” como si fuese una sentencia definitiva, es el primer paso.
El segundo es empezar a hablar con honestidad sobre el deseo: sin comparaciones, sin juicios, sin culpa.
Cuando una mujer comienza a conocerse, a respetar sus tiempos, a vivir su cuerpo sin vergüenza y a comunicarse desde el deseo (y no desde la obligación), el fuego aparece.
Tal vez no sea el mismo de antes, ni el que esperaban otros. Pero será suyo. Real. Vivo. Posible.
Volver a desear no es volver a ser otra vez como antes. Es darse la oportunidad de conocerse desde el cuerpo que se habita hoy.